CARLOS CASTAÑEDA GÓMEZ DEL CAMPO
A lo largo de estas líneas hemos leído crónicas que abarcan más de cien años y en ellas podemos distinguir claramente el cambio en la apreciación de la bravura en la medida que el toreo evoluciona. Piedras Negras participa como actor principal en este cambio vivo y continuado, descrito en las crónicas de las corridas en las que se lidiaron toros criados por los González en la capital de la república.
Comenzamos con la fiesta donde en la suerte de varas se le exigía al toro la acometividad suficiente para acudir al cite ocho o diez veces, en las cuales recibía infinidad de lanzazos sin recargar en ninguno de ellos. Se apreciaba la boyantía del toro para ir una y otra vez a los montados, cuya mayor habilidad tenía que ser la de ser buen jinete y saber apretar el brazo para defender a la cabalgadura, no siempre con éxito. El tercio de varas tenía una duración desproporcionada respecto al total de la lidia de un toro. Imaginemos el tiempo que se tardaban en llevar al caballo al burel, sacarlo, hacerle un quite o dos en algunas ocasiones, volverlo a poner y así hasta diez veces en algunos casos. Pero siempre al menos tres. Con la cantidad de caballos que morían, se requería ir a los patios a montarse en otro jamelgo y volver a salir. La mayor parte de la lidia del toro se concentraba en este tercio. A continuación el tercio de banderillas en el cual casi todos los toreros eran hábiles y artísticos exponentes y ante quienes el toro tenía que seguir acometiendo. La faena de muleta era exclusivamente un momento para parar el toro y poder volcarse sobre de él. Del torero, destreza, valor e inteligencia; del toro pujanza y fiereza eran las cualidades más apreciadas. En nuestro país en el toro aparecían poco estas cualidades. Los criadores, todos, buscaron en su piaras de ganado criollo aquellas reses que mostraran algún intento por atacar, pero al tiempo se dieron cuenta que esto no iba a ser suficiente. Que la bravura, no importando la época en la que nos situemos, no es una condición natural. El instinto de ataque o la capacidad de defensa de cualquier animal dura hasta que se ve avasallado por su contrincante y el resultado final, al que se llega muy pronto, es la huida.
Había que buscar y encontrar el elemento que evitara la fuga del animal de la pelea que se le planteaba para lograr mantener la emoción a lo largo del espectáculo. Y esto se hacía cada vez más necesario en la medida, que de acuerdo a la evolución de las distintas tauromaquias, se dejaban de usar los pies y el burlar el toro, para ahora usar los brazos, para parar y templar la embestida.
Piedras Negras, en su primera etapa incorpora toros españoles a la ganadería con el afán de buscar el poder y la constancia que da la casta. Y lo logra casi de inmediato en un entorno donde la mansedumbre abundaba. Sin embargo lo importante de este paso, para Piedras Negras, fue el fijar un concepto propio: el toro tenía que ser bravo al caballo, parte central del espectáculo en la plaza. Y José María lo inicia y lo logra en los primeros veinte años de cruza con ganado español. Como vimos tomó mucho tiempo, pero logro fijar esta condición. La bravura en los toros de la divisa de los González fue reconocida de inmediato por la crítica y los matadores, por lo que la ganadería en esos años iniciales es sin duda la primera en el país.
El cambio en el la ganadería nacional no se detiene y la influencia de los toreros españoles entrando el siglo veinte es fundamental. “Guerrita”, que no vino a México, impone allá condiciones a los ganaderos, mismas que en mayor o menor medida se empiezan a aplicar aquí, respecto a trapío, encornadura, peso y edad. Sin embargo la adaptación inmediata de la sangre de Saltillo tanto en Zacatecas como en Tlaxcala, que si acaso pierde un poco de tamaño, permite que la búsqueda de la bravura pedida por la propia fiesta, surja con relativa velocidad.
A mediados de los veintes que es cuando se da la transformación de la lidia en nuestro país, los ganaderos mexicanos ya estaban listos para presentar el toro que el toreo necesitaba. Comenzaba la selección de un toro para faenas más largas, más duras para el propio toro, que en poco con la aparición del peto, tendría que pelear de firme durante toda la lidia, no ya tan solo acometer a los cites sin mayor entrega.
En las ganaderías de los González, Piedras Negras mantiene el concepto de la selección con una base primordial en el comportamiento el caballo. Lubín se apega al concepto planteado por José María y aunque ya su hato tenía en cantidad suficiente la casta y calidad que desarrolla Saltillo, el no afloja el concepto de bravura. En el capítulo de la ganadería hago una reflexión respecto a que como Lubín no toreaba, quizá por eso no quiso cambiar en un ápice el concepto de la fuerza y la acometividad con el caballo, argumento que se sustenta con la clara diferencia que había con La Laguna, propiedad de su hermano Romárico en la cual tanto él, como sus hijos Viliulfo y Manuel fueron muy buenos toreros. No encuentro una razón de peso para que dos ganaderías fundadas casi con la misma sangre, pudieran tener aristas, en la expresión artística de los toros, tan distintas. No incluí crónicas de corridas de La Laguna, pero la diferencia es clara, y emana de la selección que se llevó a cabo en ambas casas. La selección desde un principio. Cuando Viliulfo queda al frente de las dos, busca y selecciona el toro que pueda romper con más nobleza en ambas casas. Con la emoción que da la casta. Con Piedras Negras también logró el toro de bravura integral. Ahí están las descripciones de los cronistas de toros que permitieron faenas históricas, que no se dan si el principal protagonista no participa de acuerdo a los cánones vigentes en cada época. Buenos toreros, que además hayan sido ganaderos exitosos hay muy pocos. José Miguel Arroyo “Joselito” en su libro autobiográfico, expresa varios conceptos muy interesantes sobre la bravura: “Mi experiencia al torear me ha servido para apreciar matices que se les suelen escapar a otros ganaderos, esos que solo sabe ver quien está delante de un animal. Aunque también tengo que decir que los toreros, por la propia tensión de la lidia, muchas veces no sabemos apreciar el conjunto de la esencia del toro. Por eso, como ya conozco lo que se siente en la línea de fuego, ahora no toreo ninguna becerra en mis tentaderos. Desde fuera calibro mejor los ingredientes que necesito para el cóctel de bravura que quiero conseguir. Mi toro ideal debe tener fijeza, es decir, concentrarse en la pelea, en el hombre y el trapo que tiene delante. Tiene que entregarse en las embestidas, descolgar su cuello, empujar con los riñones y no parar de acometer. Y, sobre todo, debe tener un metro más de recorrido al salir de cada pase. Ese es el toro que a mí me gustaba torear y el que me gustaría conseguir como ganadero. Pero también busco que tenga un punto de fiereza, mayor agresividad de lo habitual. El toro enrazado, cuando obedece y embiste, ayuda a que con veinte muletazos el torero pueda formar un alboroto en la plaza. Para eso hay que estar muy seguro y muy firme, hacerle todas las cosas muy bien, pero en un espacio de tiempo muy ajustado”. Me parece que esta definición de José Miguel, resume a la perfección el capítulo de las crónicas de Piedras Negras en la plaza. Podríamos haberla sacado del comportamiento de los piedrenegrinos descrito por los periodistas. Y continúa el maestro diciendo: “En cambio , a ese otro toro que no molesta, como decimos los toreros, tienes que darle cincuenta pases y necesitas estar mucho más tiempo jugándotela con él para llegar a emocionar y cortarle una oreja como máximo, o dos si eres un artista excelente. Me gusta el toro noble y colaborador, pero siempre que sea enrazado porque esa condición evita la demoledora sensación en el espectador de que él mismo sería capaz de bajar al ruedo. El toro bravo de verdad aumenta la admiración por el torero que imprime ese carácter y esa emoción que nunca han de perderse en este espectáculo”, conceptos muy completos que se apreciaban desde tiempo antes.
Para los años treinta el toro tenía que ser observado en los tres tercios de la lidia y cumplir yéndose a más en todos ellos. De ahí en adelante la base del concepto de Viliulfo y sus descendientes al frente de Piedras Negras es que el toro embista. Podemos rebuscarnos en conceptos filosóficos y literarios complejos, pero al final el toro tiene que embestir, que no es sinónimo de pasar. El toro que anda, deambula, circula, no es el que embiste, el que con bravura acomete. Este necesita otra aportación, la que da la casta. El curso de la fiesta continúa y con él la transformación del toro. A partir de los años cincuenta, retirados “Armillita” y Ortega, la fiesta da un giro de ciento ochenta grados. Del interminable primer tercio, pasamos ahora a la casi extinción del mismo. Los reglamentos cambian y el tercio de varas comienza su rumbo al mono puyazo actual. Los tumbos hasta ese momento frecuentes, se dan ya muy poco, el toro mejor criado, mejor preparado para la lucha tanto genética como físicamente, pierde poder. Aunque crece en su volumen, pierde la fuerza que una casta más concentrada le daba. Entonces la selección cambia al toro orientado hacia el último tercio de la lidia y en la lidia misma se cuida para este. Hacia el concepto de bravura al que se refiere José Miguel Arroyo. Por lo mismo, los quites dejan de serlo, y se transforman en artísticas ejecuciones de los lances de antaño, desapareciendo poco a poco la mayoría de ellos. De la infinidad creativa de los diestros y la importancia física con riesgo de un quite, el primer tercio se anclo en muy pocas suertes. El tercio de banderillas, única suerte sin cambio en toda la historia del toreo, pasa a ser realizado cada vez más por las cuadrillas, de forma normalmente ineficiente. Siguieron naciendo grandes toreros que banderilleaban, pero ya no lo hacían todos. Así, le primer tercio, largo y variado, con muchos puyazos, quites y lucimiento en banderillas, se reduce en tiempo y en riqueza taurina, por lo que ahora pasamos que de ser más de la mitad de la faena del toro, se vuelve, si mucho, en una quinta parte. El centro de la fiesta es ahora la faena de muleta, por lo que el toro suave es el que piden los toreros y buscan muchos ganaderos, con el riesgo de que este toro siempre esté a dos pasos de perder la bravura. Las casas con profundidad, con selección; con simiente cuidado y variado, podían mantenerse cerca de este peligroso abismo sin caer en él; sin embargo la multiplicación de las ganaderías hace que muchas se vayan al barranco de la mansedumbre. A partir de los años sesenta este es el toro que en nuestro país se cría cada vez más y más.
Escribe José Bergamín en “La Música Callada del Toreo”: “Es indudable que si los toros no embistieran no habría toreo posible y que todo el arte de torear no hubiera existido. Sin embargo ahora vemos salir al ruedo con tanta frecuencia, que casi diríamos que no vemos otros, toros que no embisten. En cambio, vemos en la mayoría de esos toros que no embisten, toros que pasan, es decir, que siguen fácilmente el engaño de la muleta o la capa con tanta docilidad como si estuvieran amaestrados. Nos parece entender que esa diferencia que decimos entre un toro y otro, uno que embiste, otro que pasa, que sigue el trapo con una embestida tan débil, tan suave, tan dócil, que ya no nos parece una embestida, es la que separa a un toro bravo de otro que no lo es: lo que los diferencia….Yo diría que, en realidad, el toro no pasa cuando embiste; que el toro que embiste no pasa, se queda en el engaño y se sale de él por la fuerza misma de su embestida”.
Esa era la bravura que se busca en la evolución en Piedras Negras después de Lubín, embestir con emoción y celo durante toda la lidia, cualidad que ya era necesaria para seguir triunfando. Y no es que en tiempos de Lubín no lo fuera, simplemente, la lidia de los primeros veinticinco años del siglo se concentraba, como ya explicamos, en el primer tercio.
Gregorio Corrochano en su libro “Teoría de las Corridas de Toros”, escribe: “Que es un toro bravo? La bravura cuyo origen y medida desconocemos, se le ha considerado como un carácter del instinto, con lo que se ha creído darle una definición. Si juzgamos por lo que vemos con el toro en el campo, tranquilo, en libertad, donde convive con el hombre y con el caballo, y por lo que ocurre en la plaza donde no tolera la presencia del hombre ni la del caballo, podemos sospechar que la bravura es un temor defensivo. Cuando el toro pisa el ruedo, busca una salida. Como no la encuentra, se para. El hombre le reta tirándole un capote o avanzando hacia él con un caballo, y el toro acomete. ¿Por qué? No lo hace por comerse al hombre ni al caballo. Lo hace por defenderse del hombre que le hostiga, que le hiere, y a quien le teme. La bravura es un instinto de defensa, de un grano parecido con el valor del torero….Ese acoplamiento de bravura y valor, al enfrentarse y temerse, hace posible la maravilla del toreo. La bravura no tiene medida si no es en la lidia, pero está condicionada al torero, que no siempre es buen lidiador”.
De ambas redacciones vemos que el toro tiene que acometer, que embestir y que tiene que ser bien lidiado para desplegar a todo velamen la bravura que ha buscado el criador. Un toro bravo no siempre corre con la suerte de encontrarse con un buen lidiador o con un torero dispuesto a no regresar a casa.
Juan Pedro Domecq define la bravura como “la capacidad del toro para luchar hasta su muerte” y aclara añadiendo: “Soy totalmente opuesto a que el equivalente de la bravura de los astados se termine en la suerte de varas”. En su libro “Del Toreo a la Bravura”, remata diciendo: “ya tenemos una nueva concepción de la bravura…la acometividad en todo el conjunto de suertes que conforman la lidia”.
Esta bravura integral es lo que ha logrado la estabilidad de la fiesta en los últimos setenta años, Pero llegar a ella es un proceso complejo dada la cantidad de caracteres a seleccionar. Pero la pelea en el caballo, la acometividad, la fijeza y la entrega deben de estar siempre presentes.
Corrochano hace una reflexión que años después Juan Pedro analiza y demuestra: “aún y cuando la tienta y la herencia son las bases para la evolución de las ganaderías los resultados de estas son insuficientes”. En la mayoría de las veces el producto conseguido no corresponde al buscado. No llega al cuarenta por ciento. Más de la mitad de las veces se equivocan los criadores, sin embargo el fondo de cada ganadería es lo que las saca a flote tarde tras tarde. La solera que está presente en las grandes casas y que fortifica siempre su sangre brava.
La bravura es un pez que fácilmente se escapa de la mano, por eso es muy riesgoso ponerle límite a la expresión de la casta en aras de la comodidad comercial y beneficio del torero. Piedras Negras no tomo el camino del toro que parezca bravo y no lo sea. Dentro del concepto original siguieron respetando la casta como elemento esencial, con un contenido de nobleza suficiente para hacer lucir la bravura. Y cuando esto se daba los triunfos eran de un gran peso, el toro acometiendo, empujando, atacando, con el son y la clase necesaria para las grandes tardes. Véanse las crónicas. Sin embargo cuando como resultado de la selección, la casta prevalece sobre la nobleza de forma desequilibrada, y por lo tanto lo deseado, no es lo logrado, sale el toro con defectos antiguos, de difícil solución; cuando estos emanan, con la lidia adecuada ofrecen la posibilidad de un espectáculo que mantenga el peligro como base de la fiesta. Donde el valor y la técnica del torero, ante la falta de alguna cualidad que permita la gran faena, complementen para el público el espectáculo con una expresión artística diferente. Y esto, el toro que solo pasa, que no acomete, que no transmite lo hace imposible, para comodidad del torero. La fiesta en blanco y negro. La muerte segura de la misma.
Por eso el manejo en Piedras Negras es escrupuloso y complejo. Una ganadería pequeña, sin concesiones en las tientas, concentra mucho más lo que se busca; lo cual da grandes cualidades y los defectos correspondientes a estas mismas. La entrega de un toro bravo en esta casa es espectacular, la casta lo provoca, pero si el toro no se entrega del todo, la dificultad es alta y pone las faenas al rojo vivo. Así se busca y se acepta la bravura en esta casa. Decía Victorino Martín en una entrevista para la televisión después de una corrida en Madrid: “prefiero que salgan demonios a que nos salga el toro bobo y tonto. La gente con corridas como esta – la corrida había salido muy encastada – va a respetar a los toreros mucho más. Me debo al público que es mi cliente, y mi cliente ha salido contento”.
Continuemos con Corrochano: “La bravura tiene una escala….tan difícil es sujetar la bravura y tan variable… “que parezca bravo y no lo sea”, porque el bravo es molesto y peligroso; “que sea pastueño, pero que no llegue a la mansedumbre que le ronda”. Esa fórmula de equilibrio es inestable; la caída es segura. Esa distinción, muy de moda, del toro bueno para el torero o el toro bueno para el ganadero, es la más dislocada concepción de la bravura; es una forma nueva de aceptar la mansedumbre. Toro que no sea bueno para el ganadero, no es bravo, y no debe ser bueno para nadie, aunque parezca circunstancial y económicamente bueno para el torero. Esperemos que la moda pase como pasan todas las modas. Insistimos, el ganadero no es dueño de la bravura del toro”. En esa moda se quedó la fiesta del México moderno y algunas ganaderías no quisieron ser parte de ella, del privilegiar el toro para la faena bonita, insulsa, sin peligro y finalmente sin valor trascendental. Sin el elemento de bravura integral presente en las plazas.
“La bravura es el valor del toro. Un valor que se crece al castigo, se manifiesta con prontitud, sin la menor reserva, se enciende con celo al reto del cite, con casta, y se entrega con fijeza en la embestida, lo que se traduce en nobleza hasta el final de la suerte”. Cumpliendo con este concepto de Arévalo, vimos varios toros de esta casa hace poco menos de un mes, en agosto de 2014. El problema está en que cumplieron con esta definición y todavía no llega el momento de que aquí se valore o en muchos casos que si quiera exista.
Porque analizando la frase de José Carlos : “crecerse al castigo” presupone que el toro está ávido de recibirlo, que quiere pelear, no recibir un símil de puyazo para no acabar con él, “manifestarse con prontitud, sin la menor reserva”, supone la presencia en el ruedo de un toro dispuesto a atacar, a embestir, no tan solo a pasar, “que se enciende con celo al reto del cite”, se traduce en que el burel acepte el reto y lo tome con “valor y entrega en la embestida”, que como suma de estas cualidades “se transformará en nobleza hasta el final de la suerte”, esto no es el animal que solo cuenta con una particular nobleza de obedecer sin protestar, sin siquiera cuestionarse a donde va. Sé, porque he platicado largo con José Carlos Arévalo, que su definición es universal, para cualquier toro. El mantiene que “la bravura es noble y la mansedumbre es resabiada” destacando que “la casta es la agresividad ofensiva de la bravura, y el genio es la agresividad defensiva de la mansedumbre”. Conclusión correcta, pero le faltó la interpretación inversa de la primera parte de su corolario, la falta de casta es la pastueña, desabrida, aburrida manifestación de la nobleza extrema, mansedumbre también en si misma porque no integra ninguna de las otras cualidades de su muy claro concepto. Quizá en España vea menos toros con esta condición, seguro muchos menos de los que vemos aquí. Por otra parte, la equivocada confusión de bravura por genio, que se puede dar entre los aficionados cuando este defecto aparece, curiosamente genera la emoción que el descaste inhibe. No es deseable, ni plausible y la emoción no la produce la bravura, pero es mejor para el toreo, para la fiesta y para el público.
Si graficáramos la bravura y sus componentes en un reloj, si la nobleza está a las tres y la casta a las nueve, la suma de ambas estaría a las doce: la bravura integral, Por el contrario la inexistencia de cada una nos lleva a la mansedumbre, que estaría a las seis. El cuadrante entre las tres y las seis, en el cual abunda el toro nacional, es la tumba del espectáculo. Es el toro que va pero no acomete, que obedece y pasa pero no vuelve, que jamás se encela. Que no es absolutamente manso porque es capaz de pasar muchas veces frente al torero, pero sin generar emoción, sin bravura.
El toro que no tiene dentro de sus cualidades casta y nobleza combinadas de muchas formas, como las busque cada criador, no puede ser bravo. Dentro de este reloj imaginario, estaría en toda la zona entre las nueve y las tres. Con distintas combinaciones y expresiones en la plaza, pero bravo. El manso para mi es aquel que carece de las dos. El que pasa sin nobleza, caminando, sin acometer; aquel en el que el torero se da cuenta y sabe que él tiene que hacer todo y que el peligro está casi ausente. El que al final, que llega de inmediato, recula, se refugia en las tablas; huye y se queda parado esperando la muerte. El que se acobarda.
Hace mucho tiempo el concepto de bravura en México se dividió. Y se buscó de distintas formas el toro para la plaza. Por un lado la gran mayoría de los criadores, adecuándose a peticiones e imposiciones de las figuras del momento. Por otro, los menos, quienes siguieron su camino original. Sin importar las consecuencias. Y persistieron en su apuesta a la incontrolable bravura encastada, que revienta en nobleza en su máxima expresión. Siguieron buscando lo pocas veces alcanzable: el toro bravo. Intentaron mantener encastada la nobleza nacional. Arriesgando a también obtener, la dureza de la casta, el genio no deseado. Avanzaron sin abusar de la sangre, sin lucrar con la comercialización de la misma. Continuaron sin concesiones en las tientas. Y siguieron pensando en sentir en las plazas la embestida de sus toros. Manteniendo viva la ilusión de ver un toro romper a bravo, rematar en los burladeros, crecerse al castigo, culminar la faena con entrega y lucha. Buscaron seguir teniendo un animal que atacara siempre. No voltearon la cara al riesgo que criar toros bravos representa. En todos los sentidos. Y hoy, aquí siguen. Listos a responder al reto de la bravura.
El toro bravo finalmente premia a quien ha descubierto el misterio y se ha entregado en la solución del mismo. Pero mientras se valore el toro en el cual el tercio de varas prácticamente ha desaparecido y la emoción que da la casta es casi inexistente, donde el riesgo radica en el error por confianza de los toreros, no en la existencia de la casta, quienes busquen, encuentren y mantengan otro concepto, seguirán relegados hasta que se geste y culmine un cambio. Este, deberá de llegar de la mano de los toreros, porque el público siempre lo ha valorado. La tarde de Diciembre de 2013 de la ganadería de De Haro en La México lo demuestra. Y Federico Pizarro quien triunfó esa tarde lo puede decir. El milagro de la bravura conjuntó una tarde triunfal.
Casta, prontitud, celo, acometividad, fijeza, movilidad, son constantes en las definiciones que hemos aquí transcrito. La suma de estas: emoción. Si no están presentes, no hay bravura. Y estas cualidades las hay de sobra en Piedras Negras, y son base de su concepto.
En épocas de cambio, como hemos visto, el toro culmina la evolución. Quizá estemos ante un momento histórico donde quienes han apostado y mantenido encapsulada la bravura, tengan ahora la responsabilidad de empujar el cambio en la fiesta. De todas las casas, porque esta condición no es exclusiva de Piedras Negras ni de su encaste. Pero Piedras Negras debe buscar y tener un sitio especial. La historia se lo exige.
Llegamos al final de este esfuerzo por conocer un encaste que ha llenado de orgullo e ilusión a sus amos en cada época. A cada quien le tocó aportar y disfrutar su momento. La fundación, la estrategia, el mando, los triunfos, la continuidad y la garantía del futuro son resultados de las hábiles manos de sus dueños durante 145 años y los que faltan por venir al mando de Marco Antonio y de Patricio.
¡La Bravura por Delante¡ Marco Antonio. Estoy seguro que en Piedras Negras la custodia de esa riqueza seguirá pagando con más triunfos.
Piedras Negras, sitio, vida y memoria.